Harry Potter - Golden Snitch

sábado, 23 de agosto de 2014

La magia existe.

Durante un momento te asustas. Durante un segundo cunde el pánico dentro de tu cabeza.

Un montón de “¿y si…?” te comen, te devoran. Sostienes todas tus expectativas en las manos, tambaleantes. Los días interminables esperando, los sueños, charlas llenas de spoilers por WhatsApp.

Pero, en solo un minuto, todo desaparece.

Los elfos se quejan a voz de grito de sus condiciones laborales, camareros con acento durmstraniano te sirven Coca-Cola y un alegre y ruidoso grupo se forma a tu alrededor.
Entonces, justo ahí, justo en ese momento, tumbada sobre la hierba, mirando el cielo y escuchando mil mamarrachadas, lo entiendes. Poco a poco. Ese sentimiento, esa sensación.

Sé que sabéis a qué me refiero: es lo que sientes cuando llegas a casa.

Que después sueltas tu maleta en una cabaña que, de primeras, no te ha parecido muy acogedora, te pides esa litera con un grito y miras a las once personas que –aunque aún no lo sabes— van a hacer de esa semana lo mejor. Más tarde (y mientras maldices que tu apellido no empiece por A) pasas unos infernales minutos esperando a que te pongan un sombrero en la cabeza. Cuando ¡por fin! eso sucede, el  maldito grita el nombre equivocado.
“¡RAVENCLAW!”

Parémonos un momento a apreciar dos cosas: te encuentras en una cabaña que ha sido totalmente improvisada (con el baño lejos y lleno de arañas) y en una casa que no es la tuya.
Bien, pues estas dos cosas fueron unas de las mejores cosas que pudieron haber pasado.
Aprendes tanto de las personas que te rodean como de ti. Te dan la oportunidad de probar eso de ser un águila y no una serpiente, de ser menos egoísta, de aprender a ayudar a los que quieres.


Aprendes que la magia existe, y la mayoría de las veces no tiene nada que ver con una varita.

Noa.

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